Para el astrólogo no hay duda alguna de que el tiempo es circular y que los astros determinan la repetición de sus incesantes ciclos. Hace algunos días se publicó una columna del ex-ministro de educación José Joaquín Brunner en “El Mercurio” donde el antedicho político recordaba un hecho histórico acaecido hace casi siete siglos. En el año de 1348, Felipe VI, rey de Francia, consultó a los sabios de la prestigiosa Universidad de París acerca de las causas de la terrible peste negra que en esos momentos golpeaba cruelmente a toda Europa, maldición que, al igual que el coronavirus, también provenía de China.
Los eruditos le respondieron que la plaga, cuyo azote acabó con la mitad de la población de Europa y Asia, era el resultado de la triple conjunción de Marte, Júpiter y Saturno bajo el signo caliente y húmedo de Acuario, ocurrida el 20 de marzo de 1345. Añadieron, no obstante, que esta unión corporal de los astros tenía efectos “que permanecían ocultos aún para los intelectos más refinados”. Lean ustedes el comentario que realicé al respecto de esta misma conjunción hace siete días atrás en este mismo espacio. En el cielo tenemos a Marte, Júpiter y Saturno transitando juntos por los últimos grados de Capricornio e ingresando al primer grado de Acuario. Juzguen ustedes mismos si acaso el cosmos sigue un patrón predecible o bien los astrólogos estamos completamente zafados.
Mientras Júpiter permanece asediado por Marte y Saturno en Capricornio, ambos maléficos viajando hacia la conjunción exacta a perfeccionarse dentro de algunos días en el cero de Acuario, y al mismo tiempo se prepara la gran conjunción en el mismo grado entre Júpiter y Saturno para fin de año, la pandemia de coronavirus (Covid-19) sigue extendiéndose sin control por el mundo. Los sistemas públicos y privados de salud comienzan a entrar en colapso por la rápida velocidad de contagio, que supera con creces la capacidad de respuesta sanitaria de cualquier país. ¿Qué es realmente esta nueva desgracia que cae sobre el mundo?
El nuevo coronavirus es la prueba de nuestra vulnerabilidad ante la vida y la bofetada de los Dioses ante nuestra soberbia. Es el fiscal acusador que nos enrostra nuestra crueldad hacia los animales, origen de esta maldición oriental en el perverso y espeluznante mercado de Wuhan. Es el espejo en el que se refleja nuestra mezquindad, evidente tanto en la irresponsabilidad de los más jóvenes para con sus padres y abuelos, como en el ruin individualismo de los que acaparan mercadería, desabasteciendo al resto sin motivo que lo justifique. Sí, el coronavirus es una larga lista de deudas que la humanidad tiene pendientes, porque les aseguro que el egoísmo es el peor virus.
Esta pandemia internacional es sólo una primera advertencia para todos. La mejor manera de enfrentar esta crisis es recurriendo a la solidaridad. La mayoría de quienes están leyendo no pertenecen a los grupos de riesgo, pero si seguimos al pie de la letra las indicaciones y restricciones impuestas por las autoridades podremos ayudar a evitar que personas vulnerables se contagien. Este virus anuncia el cariz de los tiempos por venir, tiempos de restricciones, de racionamientos y pérdida de las libertades civiles en pos de la sobrevivencia de la especie. Ese es el verdadero espíritu saturnino y acuariano que aflige a Júpiter: el de la ciencia y la tecnología al servicio de la restricción y el control poblacional; el de la planificación social y la distribución fraccionada de recursos limitados; el de la insurrección de masas enajenadas y gobiernos progresivamente más severos. Se nos acaba la irresponsabilidad y el despilfarro.
Los seres humanos podemos aprender. Para el próximo año habremos superado esta emergencia sanitaria, pero esperemos haber incorporado las importantes lecciones que nos dejará. En astrología existe lo maléfico, es decir, lo que es contrario a la naturaleza de la vida. Y aunque hippies y newagers lo nieguen, aquí tenemos una dosis de realidad para despertar de nuestras fantasías de omnipotencia. Pensemos en los abuelitos, en las personas inmunodeprimidas, en los que padecen diabetes, enfermedades broncopulmonares, VIH y otras complicaciones de salud. Si te cuidas tú los estás cuidando a ellos, que son quienes realmente están bajo peligro. No vayamos a molestar a los servicios de urgencia sin necesidad. No acaparemos víveres y productos higiénicos como si viniera el Apocalipsis. No seamos egoístas y estúpidos, que esa enfermedad no tiene cura. Si nos toca la cuarentena, ¡respetémosla!
Estos son tiempos para reflexionar y despertar de verdad, pues la muerte nos pisa los talones. Vaya época, donde por primera vez cada individuo de la raza humana tiene conciencia del final potencialmente inminente de su existencia. Aquella conciencia con la que el sabio siempre ha contado a diario, encarnada en aquella famosa alocución latina que reza «memento mori»: recuerda que morirás. Hoy, forzados por la circunstancia, miles de millones de durmientes se ven obligados a despertar de súbito ante una realidad que les golpea brutalmente la puerta. Esta pandemia no sólo nos enseña austeridad, también nos impone una profunda reflexión sobre nuestra finitud e insignificancia.
¿Dónde quedaron la vanagloria, la ostentación y la codicia? ¿Dónde el hedonismo, el libertinaje y la sed de poder? Reducidos a un puñado de miedo oculto detrás de una mascarilla de tela. Es hora de comprender que todo esto es sólo el prólogo de una larga novela. Porque cuando el cambio climático destruya la agricultura y escasee el alimento, cuando el mar suba e inunde las ciudades costeras, cuando huracanes y olas de calor atormenten a toda la Tierra, entonces entenderemos que las restricciones que hoy soportamos no eran más que una preparación para la forma de vida que conoceremos, con la Parca como compañera y sombra de nuestros pasos.
Se avecinan tiempos cada vez más duros porque seguimos depredando el planeta para alimentar, vestir y divertir a una especie cada vez más consumista, cada vez más violenta y cada vez más numerosa. Y así como crecemos exponencialmente en cantidad, también lo hacemos en egoísmo. Pero todo tiene un límite natural, como la vida ante la muerte. Y si no entendemos por las buenas, tengamos bien claro que entenderemos por las malas. Quisimos robar el fuego de los Dioses para incendiar la Tierra en un arranque demencial. Pues bien, seremos quemados por las llamas de nuestra propia transgresión.
Y pese a todo lo que estamos viviendo, hay muchos que se las ingenian para olvidar rápidamente el olor a muerte. Tan pronto como se liberaron las restricciones sobre la provincia de Hubei, millares de chinos se abalanzaron como hordas enloquecidas de hormigas marabunta sobre diversos lugares turísticos, que colapsaron producto de las aglomeraciones. Hemos perdido hasta el más mínimo rastro de cordura. Aquí en Chile, como también en Argentina, varios idiotas intentaron violar los cordones sanitarios y las restricciones de movimiento escondidos en el maletero de los automóviles. Se dirigían desde la capital a pasar unas "vacaciones" en la costa.
Me han preguntado si acaso aprenderemos la lección o todo seguirá igual que antes. Pues bien, nada será igual, porque nuestra estupidez encontrará nuevas maneras de manifestarse tras el fin de la pandemia. Es que la imbecilidad también tiene su lado creativo e innovador. Vean nada más al que se disfrazó de perro para violar la cuarentena en España, o a los que agarraron teniendo sexo adentro del vehículo mientras la gente seguía muriendo asfixiada en los hospitales. ¿Qué nos pasa como humanidad? ¿Para qué encarnamos sobre este planeta azulado? Extraviados entre el polvo cósmico, exiliados de la patria de la que originalmente provenimos, encerrados en un cascarón mortal y totalmente frágil, seguimos creyendo que la vida consiste en divertirnos y satisfacer todos nuestros apetitos. Pero no, la vida no consiste en eso. El que ha visto directamente a los ojos de un moribundo lo sabe perfectamente.
Publicado el martes 21 de abril de 2020.
Comments