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Cannabis, Opio, Coca: signaturas astrológicas y herbolaria mágica.


La herbolaria mágica es un campo de trabajo basado en "la doctrina de las signaturas". Esta antigua enseñanza tradicional nos revela que cada animal, planta y mineral que existe en la naturaleza se halla en estrecha correspondencia con los planetas y las estrellas, y que los astros a su vez se encuentran bajo el poder de las emanaciones divinas, formando un cosmos perfectamente integrado en donde a cada cosa le corresponde otra con la que se encuentra relacionada por simpatía y semejanza. De acuerdo con las signaturas, Dios habría puesto una marca específica en cada ser, cuya resonancia arquetípica le haría partícipe de una categoría universal que lo mantiene ligado a todos los demás seres que comparten dicho signo. Es así que en el reino vegetal, cada planta, árbol y arbusto se encuentra en consonancia con un determinado astro, y dicho astro con una potencia divina específica que determina sus propiedades y funciones naturales. La herbolaria mágica parte de este principio de correspondencias para trabajar con las cualidades medicinales, venenosas y enteogénicas. Estos tres tipos de propiedades son comunes a muchas sustancias naturales que se utilizan desde hace milenios con la triple finalidad de sanar, matar y contactar con el reino de lo invisible.


Las signaturas vegetales son reconocibles para un ojo entrenado según el color, forma, aroma y propiedades de cada planta. Vamos a centrarnos en tres de ellas: la cannabis, la adormidera y la coca. De acuerdo con los tratados de medicina astrológica y herbolaria tradicional, la cannabis pertenece a Saturno, conocido como el gran maléfico, pues al igual que ese planeta produce pesadez, modorra, lentitud e impedimentos. No obstante, sus propiedades medicinales y analgésicas son una maravilla, siendo de gran utilidad para tratar los dolores reumáticos, la artritis, el glaucoma, la epilepsia, el síndrome de Tourette, la esclerosis múltiple y la anorexia. Hasta es de ayuda retrasando el avance del cáncer, entre otras estupendas cualidades. Por si fuera poco, la fibra textil obtenida del cáñamo es de muy buena calidad. Pero como enseñaba el médico y alquimista suizo Teofrasto Paracelso, el veneno y la medicina se distinguen por la dosis. Y es que hoy asistimos a un abuso de esta planta mágica y extraordinaria, bajo una actitud infantil e irresponsable. Quiero dejar claro de inmediato que no estoy abogando por el prohibicionismo. No me parece razonable restringir el acceso a los regalos que la madre naturaleza produce espontáneamente y considero que no se debe perseguir ni juzgar el uso de ésta u otra planta. Que quede zanjado ahora mismo.


Sin embargo, inhalar su humo todos los días sólo puede producir una cosa: personas sin voluntad ni motivación, seres embotados y entontecidos como un zombi haitiano. El exceso de cannabis nos liga de mala manera al espíritu elemental de la planta, convirtiéndonos en hijos naturales de Phaenon, también conocido como Falsifer, señor astral de los impedimentos. Éstos eran los nombres antiguos por los que se conocía al espíritu rector de Saturno, un genio astral encargado de entorpecer, dificultar, apesadumbrar, impedir y obstaculizar con su lenta y pesada potencia. Es una energía densa, astringente y desecante, que en la justa dosis resulta beneficiosa en varias enfermedades, pero que en exceso desequilibra la mente y desvitaliza el cuerpo, llegando a paralizar la vida de un sujeto en casos extremos.


Uno de los grandes riesgos con el abuso de la planta es el de provocar ansiedad paroxística (ataques de pánico), desencadenar paranoia, generar cuadros psicóticos, frecuentes fallos de memoria y minar severamente la voluntad, creando apatía y aislamiento social. Abusar de una medicina, sea por diversión, evasión u otros motivos, es una actitud irresponsable e infantil. La parte sutil de la cannabis es la que nos inspira ideas aparentemente creativas, pero que simultáneamente nos incapacita para ejecutarlas; es la que nos hace ver más lejos, mientras que al mismo tiempo nos inmoviliza las piernas con un pesado cepo.


Muchas de las ideas que nos parecen brillantes bajo los efectos de la cannabis, luego pierden todo su brillo cuando volvemos a la normalidad. Esto nos hace sospechar de que quizás la planta no produce pensamientos tan sublimes o creativos, sino que únicamente potencia la capacidad de asombro hacia nuestros pensamientos de siempre. Como sea, el problema no está en el uso ocasional, sino en el abuso frecuente. Paracelso sabía que no existen venenos, sino sólo cantidades. De allí que todo exceso de algo bueno lo convierta en un tóxico ponzoñoso. Con las hierbas de Saturno esto es más cierto que nunca. El consumo diario de cannabis representa un dañino abuso, especialmente visible en el llamado “síndrome amotivacional”, aunque también en los numerosos fallos cognitivos que perfilan parte de esa pesadez del lento dinamismo saturnino.


Pero en lo que respecta a los aspectos mágicos de la cuestión, es de la mayor preocupación el hecho de que, recurriendo al léxico de la medicina paracélsica, el Leffas o espíritu elemental de la planta termina produciendo desplazamientos en el doble etérico del adicto, y a largo plazo abre verdaderas heridas y boquetes por donde penetran las larvas astrales y otras entidades indeseables. Muchos de los efectos psíquicos más perturbadores del consumo excesivo de cannabis provienen de dicha fuente. Lo mismo ocurre con el Clissus o fuerza vital presente en todas las plantas, pero con especial potencia dentro de la marihuana. Su abuso termina minando la propia vitalidad por un reemplazo exógeno. La buena noticia es que el daño puede ser subsanado, pues el doble etérico, que los antiguos egipcios llamaban Ka y los cabalistas judíos Nefesh, funciona de manera muy semejante al cuerpo físico, siendo capaz de reparar sus lesiones si se le otorga descanso por un tiempo lo suficientemente prolongado.


En otra arista del problema, cabe recordar que existen intereses económicos multimillonarios detrás de la promoción de la cannabis, pues varias corporaciones han mostrado interés en su producción al tratarse de un fenómeno que moviliza tanto el interés como el consumo de millones de personas alrededor del mundo. La oportunidad de negocio parece suculenta para ciertas bandadas de buitres acostumbrados a manipular masas con tal de satisfacer su ilimitada codicia. Por supuesto que el negocio ya existe. Sólo pasaría de manos particulares a ser manejado por grandes corporaciones, que actuarían bajo el amparo de un nuevo código legal. No deseo entrar en la discusión sobre los beneficios de la legalización. Sin duda que sería positivo eliminar el problema de las mafias y el narcotráfico, pero en esta discusión nos estamos centrando en el lado espiritual de la cuestión.


Efectos semejantes sobre el cuerpo sutil del ser humano ocurren por el consumo excesivo de las sustancias obtenidas a partir de las cápsulas y semillas de adormidera, una planta signada por la Luna, con extraordinarias propiedades sedantes, hipnóticas y analgésicas. Es otro ejemplo de medicina natural abusada. Las brujas de la antigüedad la utilizaron para sus hechizos de fertilidad y para propiciar la ensoñación profética. La Luna es un astro cuya influencia rige, entre muchas otras cosas, la fertilidad, la profecía, la clarividencia, los sueños, la imaginación, la intuición y la inspiración. No es de extrañar entonces que una planta con efectos somníferos y sedantes esté bajo la regencia lunar. Sin embargo, sus principios activos también esconden una alta toxicidad, volviéndose peligrosos en altas concentraciones.


De la adormidera se extraía la morfina y la codeína antes de que fueran sintetizadas por la industria farmacéutica. A partir de esta magnífica planta, cuyas flores son particularmente hermosas, se produce también la heroína, un opioide que se utilizó para aliviar el dolor, curar la tos y detener la diarrea. Todos sabemos que su abuso acabó transformándola en una de las drogas duras más destructivas. Su producción se volvió ilegal en casi todo el mundo. Pero de las diversas sustancias extraídas de esta planta lunar, el opio es la que cuenta con una historia más larga, y quizás más triste. El opio fue una de las causas principales en la ruina de la dinastía Qing en la China del siglo XIX. Los británicos metieron ilegalmente el estupefaciente para generar dependencia en la población, a fin de poder imponer sus términos comerciales en el país. El emperador trató de prohibir el tráfico sin éxito alguno, preocupado por el desastre social que se extendía como resultado de la adicción. El país estaba zombificado, pero el negocio era muy rentable. Los británicos protagonizaron dos guerras para poder seguir metiendo opio a cambio de mercancías como seda, porcelana, té y especias. Así no tenían que pagar con monedas de plata, que ellos valoraban mucho más. No les importó destruir una nación completa. Si una mafia mercantil pudo poner de rodillas a un imperio como China, ¿qué posibilidades hay de que el consumo de cannabis sea manipulado con intereses financieros dos siglos después? Tenemos que hacernos esta pregunta en serio.


Otro caso interesante es el de la coca, otra planta de propiedades magníficas. Su regencia se le atribuye a Marte, por poseer efectos estimulantes sobre el sistema nervioso. La coca ha sido parte de la herbolaria sudamericana desde hace miles de años. Crece de forma natural en la zona norte de la cordillera de los Andes. Entre sus cualidades medicinales se destaca su capacidad de otorgar gran fortaleza física, resistencia al mal de altura, vigor y lucidez, alivia dolores musculares, articulares y reumáticos, calma el hambre y la sed, alivia los ataques de asma, y es un buen tónico digestivo. Es útil en casos de angustia y en varios trastornos gastrointestinales. En el aspecto mágico, la coca es una planta ritual para las culturas andinas, incluyendo a quechuas, aymaras y chibchas, entre otros. La hoja de coca está presente en todas las actividades religiosas. Su empleo está tan rodeado de ceremoniales, formalidades y sacralidad, que las propias comunidades andinas han ejercido un control sobre su uso, manteniendo una relación de profundo respeto por la planta, a la que consideran un componente esencial de su cultura. En semejante contexto casi no se observan casos de abuso. Regalar coca en el mundo andino es un signo de fraternidad y magnanimidad, hallándose en toda ocasión importante, desde la bendición de recién nacidos hasta en responsos y funerales.


Lamentablemente la coca ha sido usada y abusada de manera aberrante a partir del desarrollo de métodos químicos para aislar sus alcaloides y producir el nefasto clorhidrato de cocaína, droga estimulante que produce estados de alerta, elevada agresividad, impulsividad, delirio persecutorio, euforia y agitación psicomotriz. Son los efectos extremos de haber separado y concentrado la potencia ígnea de Marte, una energía veloz, acelerada y belicosa. No es de extrañar que el abusador de cocaína sea un tipo impaciente, violento e inflado, que muere por infarto al miocardio o accidente vascular cerebral. La cocaína es el mejor ejemplo de la perversión absoluta de una planta sagrada. Hasta el más famoso mago negro del siglo pasado, Aleister Crowley, fue un contumaz adicto a la cocaína, llegando a atribuirle erróneamente la signatura de Júpiter, el gran benéfico, cuando tradicionalmente le corresponde la de Marte, el maléfico menor. Quizás buscaba justificar las bondades imaginadas de una droga químicamente procesada que lo mantuvo encadenado y sometido hasta el final de sus días. La heroína, de la que ya hemos hablado, también estuvo entre sus predilecciones. Para quienes sigan al hechicero británico aclaro que no estoy desmereciendo toda su obra, estoy resaltando uno de sus lados sórdidos, de los cuales hay varios más.


Las larvas astrales también actúan sobre los adictos a la cocaína, pero en vez de aprovechar desplazamientos y boquetes del Nefesh, actúan por afinidad hacia la agresividad despertada por la concentración artificial del Clissus o vitalidad de la planta. El adicto queda a merced de las influencias de ciertos genios malignos que en la tradición cabalística se conocen como Golahab, “los llameantes”. Sean considerados como entidades externas o como emanaciones psíquicas del propio toxicómano, lo cierto es que exacerban la violencia y la petulancia en un círculo destructivo. Otro aspecto espiritual importante a mencionar es la “traza kármica” de las drogas duras. Cada gramo producido carga con la huella de la esclavización de comunidades indígenas, muerte de niños y jóvenes en las calles, tráfico de órganos, trata de blancas, etcétera. Estas sustancias son fruto de una violencia que sin dudas deja una terrible marca en ellas. Las yerbas de las que se extraen no tienen la culpa. El problema somos nosotros.


Nuestra actitud hacia las plantas mágicas es a lo menos pueril. Desde el turismo psicodélico de la ayahuasca a la venta de salvia divinorum por internet, todo parece indicar que asumimos que los enteógenos están allí para satisfacer nuestra curiosidad y garantizar el entretenimiento. Tomar una poderosa medicina tradicional por diversión es una postura necia e irrespetuosa. Sólo el occidente moderno tiene una posición semejante frente a las plantas sagradas. Tendemos a verlas como golosinas en la estantería del supermercado. Es una conducta culturalmente condicionada, propia de sociedades mercantiles en donde el consumismo funciona como una matriz formativa desde la que se establecen todos los demás tipos de relaciones con el entorno. Los pueblos originarios mantienen una actitud diametralmente opuesta. Para ellos la planta medicinal es un regalo divino con el que se vinculan en un marco de tremendo respeto, incluso de veneración por el espíritu elemental que la habita.


El paradigma hermético que rigió a occidente hasta la llegada del mecanicismo cartesiano nos sumerge en un cosmos interrelacionado, cualitativamente rico y simbólicamente colmado. En él hasta la más humilde yerba refleja en su ser las cualidades esenciales de los astros, las jerarquías angélicas y las emanaciones divinas. El spiritus mundi desciende a través de la luz del sol y las estrellas, bañando a todas las cosas, bendiciéndolas una y mil veces hasta llenarlas de su presencia. Es una visión sagrada de la naturaleza, en donde el hombre participa desde el respeto, sintiéndose integrado a un universo que él, por correspondencia entre lo de arriba y lo de abajo, refleja como un microcosmos, igualmente armonioso y bello. Lejos está de ese otro hombre que, por el contrario, quiere arrasar con todo el entorno y aprovecharse de las potencias naturales para narcotizarse, en medio de la violenta vorágine de su vida de consumo y hedonismo.


Hay muchas plantas con propiedades medicinales o enteogénicas. Desde la relajante melisa, signada por Mercurio, hasta el venenoso estramonio, signado por Saturno. Todas las hierbas poseen su propia fuerza vital y su espíritu elemental. Conocer las dosis, formas de aplicación y temporada de cosecha es clave para no cometer errores que pueden resultar perjudiciales. Abusar de ellas al natural, o retorcerlas artificiosamente en un laboratorio, supone una actitud instrumental y utilitaria que sólo ha sido posible con la pérdida de la visión mágica de la naturaleza. Sé que me expongo a una larga y amarga crítica por escribir sobre esta cuestión. No quisiera hacer enojar a nadie, pero entiendo que habrá gente que se moleste. A ellos les recuerdo que gozan de plena libertad para tomar sus propias decisiones. No necesitan escucharme. Ésta es la mirada hermética, que pueden no compartir en absoluto. Otros recibirán el mensaje con mayor templanza, recordando lo que hemos dicho al principio: la diferencia entre el veneno y la medicina está en la dosis. Aprendamos del hombre antiguo, del aborigen y de su respetuosa relación con la madre naturaleza. Vale la pena.


Publicado el lunes 4 de noviembre de 2019.

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